LO DE SARA ALAIRE
LAS STARTUPS QUIZÁ NO SON LO QUE PROMETEN
“La trampa del trabajo cool”
LO DE SARA ALAIRE
LAS STARTUPS QUIZÁ NO SON LO QUE PROMETEN
“La trampa del trabajo cool”
"Durante años nos hicieron creer que trabajar en una startup era el sueño millennial por excelencia"
Nos vendieron que podías crecer de verdad. Que lo que hicieras importaba. Que podías equivocarte sin miedo, aprender de los errores, hablar sin filtros, crecer con el equipo, cambiar las cosas.
Y lo creímos. Porque queríamos un trabajo con sentido, con propósito, con compañeros a los que pudiéramos llamar amigos, con valores. Pero la realidad (como casi siempre) tenía mucho menos de utopía y mucho más de marketing.
Y después de varios años en startups, aprendí algunas cosas:
1. Hay más “trepismo” que en muchos entornos corporativos. Se premia la visibilidad y el vendehumismo, se premian los amiguismos y se vende una meritocracia que, en la práctica, casi nunca existe.
Las oportunidades brillan por su ausencia, pero el discurso del “crece con nosotros” sigue sonando en cada all-hands.
Y, como en casi todos los sitios, a quien trabaja mucho se le “premia” con más trabajo.
2. No hay libertad de expresión. El pensamiento crítico, el ownership y el “aquí puedes equivocarte” son el mantra de las ofertas tech.
Pero la realidad es otra: si no estás de acuerdo con el leadership, si propones mejoras o si señalas el micromanagement, estás perdida.
Se confunde el speak up con "dí lo que queremos oír".
3. La edad SÍ importa. Y mucho.
Las startups suelen preferir a gente joven: moldeable, entusiasta, con menos miedo a los sueldos bajos y más dispuesta a tragarse el cuento del “propósito”. Y si no, a tiburones con supuesta seniority que se comerán a los de abajo sin remordimientos.
A cambio, te pagan en “flexibilidad” (spoiler: horarios interminables si quieres que tus tareas salgan adelante), fruta (a veces ni siquiera fresca), y team buildings obligatorios donde hay que sonreír aunque estés agotada.
Luego no me extraña que más del 80% de las startups fracasen.
4. Harás tu trabajo… y el del resto. Te venderán el puesto de “Head”, pero en realidad serás Head de ti misma. Puede que tengas una o dos personas a cargo, y por encima un VP con un equipo diminuto.
Harás estrategia, analítica, ejecución, coordinación con agencias, copy, CRM, paid, PR, SEO y lo que se te ocurra, todo con un presupuesto de 4 euros. Te cambiarán de equipo a su antojo. Te dirán que no puedes crecer porque “no es lo que la empresa necesita ahora”. Y te subirán el sueldo en stock options.
Te pedirán ideas virales en dos días, diseños “espectaculares” y que sonrías en el team building del viernes.
Si los resultados no son los esperados, la culpa siempre será tuya.
5. Muchas veces, el CEO no tiene ni idea. En muchos casos, detrás hay hijos de padres con ínfulas que jamás han liderado un equipo ni trabajado bajo presión real.
Delulu, básicamente.
Están convencidos de que su idea es la mejor del mundo, y eso no sería un problema si confiaran en su equipo, pero lo que abunda es el CEO controlador y con cero empatía.
Quieren que les digas “sí” a todo y que infles su ego. Si no lo haces, prepárate para contestaciones déspotas, algún que otro grito, y los “no te lo tomes personal, eres demasiado emocional” (por supuesto, en muchas más ocasiones si eres mujer).
Piensan que el marketing es “pinta y colorea”, esperan milagros con recursos mínimos y, cuando todo se desmorona, culpan a los demás.
Y al final…
Las startups son una coctelera perfecta para perder la salud mental, física y emocional.
Te hacen creer que estás construyendo el futuro, cuando en realidad estás apagando fuegos en un presente sin estructura, y lo más perverso es que, cuando te quemas, todavía te hacen sentir culpable por “no encajar con la cultura”.
🙋♀️ Pero acá no termina todo, lo peor llega después.
Cuando decides irte (o te echan), te das cuenta de hasta qué punto te has metido en una secta, te cuesta respirar fuera de ella, te sientes culpable por cuestionar, por dudar, por dejar de creer, y si tuviste la mala suerte de hacer amigos allí, o de ponerle pasión al trabajo, el duelo es devastador porque perdiste más que un trabajo: perdiste una parte de ti, esa parte que confundió pertenencia con propósito, y que creyó que le debía algo a un lugar al que, en realidad, no le debes nada, porque para ellos, aunque te hayan vendido la importancia del “capital humano”, eres lo mismo que en cualquier empresa corporativa: un número.
🙋♀️ Aun así, aprendí muchísimo.
Aprendí a pensar más rápido, a improvisar, a sobrevivir con poco y a entender exactamente qué tipo de entorno no quiero volver a repetir y eso, aunque haya tenido un alto costo, me ha ayudado a tener muy claro lo que busco en la siguiente etapa. Pero esa historia vendrá después.
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¡Nos vemos en la próxima reflexión!
Espacio reflexivo No sustituye el Tratamiento Terapéutico